Alfredo Valenzuela
Sevilla, 5.4.2020 (EFE).-
Miguel Albero, autor de “Fake”, ensayo subtitulado “La invasión de lo falso”, ha dicho a Efe que “las redes sociales ayudan a la inversión de lo verdadero y lo falso, de modo que se acaba por no creer lo verdadero y se cree lo falso; lo vemos estos días con lo que está pasando”, en alusión a la pandemia de coronavirus.
Ensayista, poeta y novelista, además de diplomático, Miguel Albero ha dedicado este ensayo, publicado por Espasa, a las múltiples manifestaciones de lo falso, desde las marcas de objetos de lujo hasta el arte o el papel moneda, y ha advertido que “en el mundo de las redes sociales vale todo; algunas veces sólo se trata de algo idiota pero otras son informaciones malintencionadas e interesadas”.
Esas “fakes” o informaciones falsas carecen además de “la simpatía del pícaro” que, por ejemplo, tenían las crónicas bélicas de algunos periodistas de hace cien años que escribían sin salir de su casa o de la redacción, “con lo cual escribían ficción en vez de crónica”, ha señalado para poner otro ejemplo de hace más de cien años, apenas dañino:
“Cuando los escritores de viajes, para ayudar al relato se permitían algunas exageraciones o licencias que se tomaban con la excusa de haber llegado tan lejos”, y ha recordado un caso inverso, como fue el de aquel embajador de Holanda que le describía cómo era su país al rey de Siam, quien fue admitiendo todas las descripciones hasta que el diplomático le dijo que en su país, cuando hacia mucho frío, se podía caminar sobre los lagos.
“La invasión de lo falso ha ido invadiendo esferas de la realidad; a veces no podemos soportar la realidad e inventamos una realidad falsa a base de las mentiras que queremos oír”, ha dicho el autor para ejemplificar con un Picasso falso, del cual ha dicho que todo el que lo rodea no quiere saber que lo es, ni el propietario, ni el tasador, ni el que lo vendió…
Sobre el mecanismo que hace más fácil creer la mentira que la verdad, Albero ha señalado que a eso se debe que la literatura actual “haya vuelto al territorio de la verdad”, la proliferación de la llamada “literatura del yo” –como ejemplo ha puesto a los escritores Javier Cercas, Manuel Vilas y Emmanuel Carrere– y el triunfo de la crónica, por la que han optado tantos escritores.
“La literatura, ahora, es la literatura de la verdad, porque para ficción ya tenemos las noticias”, ha concluido con humor.
Albero dedica un apartado de su ensayo a la imagen porque “tiene algo de ilusión, porque en ella hay siempre una distorsión de la realidad, y ha terminado por sustituir, invasiva, a ésta y en muchos casos precede en la experiencia a lo real”, y como ejemplo ha puesto el término de “turifel”, que acuñó Rafael Sánchez Ferlosio partiendo del monumento parisino, tan visto que se tiene la sensación de haberlo visto sin haber visitado París.
“La fotografía es lo más manipulable, pese a que llamamos ‘objetivo’ a esa parte de la cámara de fotos”, ha añadido con ironía.
Albero también hace una clasificación de falsificadores en impostores, creativos y otras índoles y ha distinguido diciendo que “el pequeño Nicolás” no fue un impostor porque “mentía sobre su vida”, y que sí lo es Enric Marco, protagonista de un libro de Javier Cercas por haberse hecho pasar por interno de un campo de exterminio nazi.
También ha tratado de explicar “por qué los falsificadores resultan tan divertidos” por más que casi la totalidad sean personajes anónimos y la mayoría puedan resultar poco interesantes.
Albero ha recordado a Edward Mueller, falsificador artesano, tan legendario como entrañable, que sólo falsificaba billetes de un dólar y los introducía en el mercado “en dosis homeopáticas” de no más de cincuenta al mes, por lo que las autoridades tardaron un decenio en localizarlo, lo que finalmente hicieron por un incendio fortuito.
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