SEVILLA 16.1.2021 / Jose Manuel García Bautista
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A principios del siglo XX, cuando Abengibre se iluminaba con candiles, corrían todo tipo de historias y rumores sobre unas extrañas figuras cuyo raro aspecto y costumbres, les llevó a ser conocidas como “los Pantasmas” y así nació una leyenda.
Los Pantasmas iban a veces encapuchados, otras con largos atuendos que les cubrían de pies a cabeza, pero ninguna ropa que pudiera ser normal para una persona, salvo las capas, algunos llevaban capas negras como la tez. Nada se sabía de su procedencia, ni de sus escondites. Pero no estaban muertos, pues en alguna ocasión alguien había podido llegar a tocarlos y no estaban fríos.
Tampoco eran espectros, apariciones o fantasmas porque eran de carne y hueso. Se sabía que podían emitir sonidos, pero nadie los oyó hablar. Sólo se les había visto de noche cuando, amparados por la oscuridad, campeaban a sus anchas por el pueblo.
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Saltaban las tapias de los patios con una agilidad sobrenatural, casi de un sólo brinco, y entraban en los corrales, las cuadras, las cocinillas, hasta en las habitaciones. Se sabía de su presencia en una casa porque los animales, sobre todo las caballerías, se ponían muy nerviosas cuando estaban cerca.
Al principio sólo desaparecían algunos pequeños objetos de las casas, pero luego se fueron haciendo más fuertes y comenzaron a llevarse animales, con especial preferencia por las gallinas, y con el tiempo empezaron a atacar a las mujeres, abusando de ellas. Ninguna recuerda nada de esos encuentros con los Pantasmas. Se despertaban con algún ruido en la habitación y al incorporarse les veían allí, junto a ellas y luego… se desmayaban.
Muchos hombres, cansados de estas agresiones y mancillado su honor, les persiguieron durante mucho tiempo y montaron guardia en los patios. Les vieron, pero nunca lograron atrapar a ninguno.