SEVILLA 17.10.2020 / Jose Manuel García Bautista
Uno de los mayores misterios precolombinos en torno a las antiguas culturas americanas lo encontramos en las montañas y altiplano de Perú y Bolivia.
Allí, en aquel bello paraje, vivían los mochicas, un pueblo indígena que recibirían siglos después el nombre de Incas por los conquistadores españoles.
Pese a vivir en la cordillera andina era un pueblo pescador, un pueblo vinculado al agua salada. ¿Cómo es posible? Pues porque desarrollaban su labor en el lago Titicaca, un lago a muchos metros de altitud que, sorprendentemente y como se debía esperar, no es de agua dulce, es de agua salada (!).
Cuantas las historias incas y su tradición local que hasta allí llegó un hombre de piel blanca, barbado, cabellos largos y claros que cabalgaba sobre un animal desconocido para ellos (posiblemente un caballo, animal que introdujeron los españoles tras el Descubrimiento). Aquel hombre convivió con ellos y llegó a ser el rey del pueblo mochica, tras ello se le elevó a la categoría de dios.
El nombre de aquel hombre era Lak-Viracocha, pero sería conocido como Viracocha, y reinó en el lugar hasta que una rebelión se opuso contra él (por causas que no se conocen).
Viracocha huyó rumbo al mar, embarcó en una nave y se perdió en dirección oeste.
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Curiosamente cuando los conquistadores españoles llegaron a Polinesia encontraron un pueblo en el oeste que eran rubios, tenían barba, piel blanca y ojos azules; decían ser los descendientes de Viracocha y las características étnicas encajaban en la descripción del dios mochica.
Aquel pueblo polinesio además adoraba al dios Kon-Tiki que ha sido identificado, por una parte de los investigadores, con Viracocha. Además aquel pueblo decía que su antepasado venía del este, todo encaja.
Siempre se cuestionó si el hombre de América podría haber alcanzado las islas de Polinesia en aquellas rústicas embarcaciones de juncos. La verdad es que fue el explorador noruego Thor Heyerdahl quién más empeño puso en demostrar que se podía y, bajo sus indicaciones, se construyó una embarcación de madera de balsa llamada Kon-Tiki. Se hicieron a la mar partiendo desde Lima y llegaron a la isla polinesia de Tuamotu en 1947.
Otros aventureros intentaron el logro del noruego, como Kitín Muñoz en 1988; construyeron la balsa Uru con tallos de totora y partieron desde Lima, desde el puerto de El callao, rumbo al oeste. Llegaron el 22 de agosto a Nukuhiva en las islas Marquesas.
El viaje era posible y el “dios” Viracocha pudo alcanzar tierra y dejar su semilla étnica entre los habitantes de aquellos paradisiacos lugares.
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