SEVILLA 2.11.2019 / Jose Manuel García Bautista
Al morir el rey Felipe II se produce en Sevilla un episodio tan singular como grotesco y fue el severo enfrentamiento que hubo entre el Ayuntamiento, el Cabildo, los Inquisidores y la Audiencia por los honores y el sitio que debían ocupar en la catedral en los funerales del rey.
Fue tal el grado de crispación que los Concejales abandonaron la iglesia y se escondieron debajo de un gran monumento de madera que se había construido en honor del rey.
Allí debajo, escondidos, mandaron a un alguacil al matadero por salchichas y panecillos que comieron muy a gusto…
Pero eso no fue todo… Los Inquisidores comenzaron a lanzar excomuniones contra los canónigos y viceversa en un espectáculo tan lamentable como dantesco… Fue el rey, Felipe III, el que puso orden en aquel despropósito sin igual tres meses después.
El Ayuntamiento había diseñado un monumento, obra de Juan de Oviedo, y lo mandó destruir aunque el Cabildo de la Catedral lo quería para sí con objetos de exponerlo el Jueves Santo.
Curiosamente Cervantes se refiere a ello con la frase: “porque a quien no sorprende y maravilla esta máquina insigne y, es gran mancilla que éste no dure un siglo”.
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