Historia MISTERIO

Plagas mortales y enfermedades letales en la Historia Antigua

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SEVILLA 22.5.2020 / Jose Manuel García Bautista

Pocos podrían decir que el todopoderoso Imperio Romano también padeció de pandemias que tuvieron como consecuencia la caída del mismo.

La célebre “Caída del Imperio Romano” tuvo una parte de la misma vinculada a las epidemias y pandemias allá donde no había Ciencia Médica y si remedios tan extraños como la ingesta de la orina de niño, polvo armenio o leche de ganado de las montañas.

Los ciudadanos del Imperio tenían la creencia que las enfermedades eran un siniestro castigo del dios Apolo aunque Galeno, el médico de Pérgamo, lo calificaba de “la gran plaga”.

Asó era llamada la peste antonina, la primera pandemia de la historia humana que fue, probablemente, de viruela, en el año 165 y se propagó por todo el Imperio romano.

De la peste antonina murieron unos siete millones de personas, lo cual es una cifra elevadísima.

Kyle Harper en “El fatal destino de Roma” dice: “Los gérmenes son mucho más mortíferos que los germanos. Los siglos de la historia romana tardía podrían considerarse la era de las enfermedades pandémicas. En tres ocasiones, el imperio se vio sacudido por episodios pandémicos con un alcance geográfico asombroso”.

No fue la única pues tras “la gran plaga” del siglo II, un patógeno desconocido causó estragos en los territorios en 249; y en el 541 se produjo la primera expansión de la letal bacteria Yersinia pestis, que causa la peste bubónica y negra.

“Los grandes asesinos del Imperio romano fueron engendrados en la naturaleza. Eran intrusos exóticos y mortíferos llegados de fuera del imperio” con fue el caso del procedente de Egipto en el siglo VI que desembocó en la plaga justiniana.

Las ciudades del Imperio Romano no eran limpias: la gente no se lavaba los manos, había contaminación en los alimentos, había plagas de ratas y moscas… Era un lugar perfecto para que una enfermedad se propagase.

“Fuera de las ciudades, la transformación del paisaje expuso a los romano a amenazas igual de peligrosas.Los romanos no solo modificaban paisajes, sino que les imponían su voluntad. Talaban y quemaban bosques. Movían ríos, drenaban cuencas fluviales y construían carreteras en los barrizales más intratables. La intrusión humana en nuevos entornos es un juego peligroso. No solo nos expone a parásitos desconocidos, sino que puede desencadenar una cascada de cambios ecológicos con consecuencias impredecibles. En el Imperio romano, la venganza que se cobró la naturaleza fue nefasta”.

“Los antiguos reverenciaban la temible oscilación de la diosa Fortuna, conscientes, a su manera, de que los poderes de la historia parecen una mezcla volátil de estructura y azar, de las leyes de la naturaleza y la pura suerte. Los romanos vivieron en una encrucijada fatídica de la historia humana y la civilización que crearon fue, en aspectos que no podían ni imaginar, víctima de su propio éxito y los caprichos del medio ambiente” finaliza Harper.

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