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Muere José Martí Gómez, el periodismo de sucesos con unas gotas de piedad

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El reportero fue un referente ético y estético en la profesión desde el tardofranquismo a partir de sus elogiadas crónicas y entrevistas, cargadas de factor humano y valores hacia los perdedores de la vida

Reacción: 23/02/2022

“Explicaba las historias de vida de las gentes que pasaban por los banquillos; el relato me lo daban ellos. Yo solo ponía unas gotas de piedad”. Fiel a su estilo, de aparente sencillez, pero de gran calado en forma y fondo, contaba así José Martí Gómez cómo ejercía el periodismo quien ha sido considerado uno de los mejores reporteros y cronistas de sucesos desde el tardofranquismo, oficio que pierde un poco más de misericordia y comprensión tras su muerte este martes en Barcelona a los 84 años, consecuencia de una larga enfermedad que con él no demostró clemencia. Admitía que se sentía “fascinado por las historias de los perdedores” o al menos por aquellos a los que la vida se lo había puesto un poco o un mucho difícil. En parte era su propio caso con relación al periodismo, al que llegó tras unos tiempos en los que la censura franquista solo dejaba publicar dos sucesos de sangre a la semana hasta los años sesenta y, desde entonces, un poco más únicamente si se cumplían tres premisas: si el asesino era siempre retratado como un ser abyecto; si el policía aparecía como un ser abnegado y si el crimen se registraba resuelto siempre tras una brillante investigación. Los textos de Martí Gómez (firmó siempre con los dos apellidos para que su madre no fuera menos, decía) casi nunca cumplían ni tan siquiera alguna de las tres condiciones.

Licenciado en Magisterio en Valencia, maestro de la modesta Colonia Industrial del Puerto de Barcelona, en 1963 mataba el temprano gusanillo del periodismo como corrector en el viejo Diario de Barcelona, hasta que una vacante en el rotativo Mediterráneo lo llevó de regreso a Castellón, donde había nacido en la localidad de Morella, en 1937. Ante el referéndum de Franco de diciembre de 1966, Pepín, como allí lo conocían, se presentó al director con dos sucesos impagables: un alcalde que repasaba las papeletas de sus conciudadanos en la cola para cerciorarse de que ponían sí y otro que permitió que una mujer votara también afirmativamente en nombre de su difunto marido. No se publicó nada, claro. Una negativa que colmó su paciencia y lo llevó a llamar a su amigo y compañero de promoción periodística Josep Maria Huertas Clavería, quien le consiguió plaza de compaginador en el entonces pujante El Correo Catalán.

Las dos historias del referéndum llevaban la alquimia inimitable del periodismo de Martí Gómez: una combinación sin igual de investigación y crónica, siempre fruto de una cantidad de contactos y fuentes muy heterogéneas: “Dos ministros, media docena de jueces y fiscales, un policía, un atracador, el propietario de una tienda de ultramarinos, un farmacéutico y un alcohólico”, las enumeró una vez. No fueron muchas más en casi medio siglo de ejercicio porque, sostenía, “es más importante la calidad de las fuentes que tener muchas”. Así fue en su caso porque de las 27 citaciones judiciales que salpicaron su trayectoria por sus informaciones, de todas salió absuelto.

“Tengo amigos policías, pero también amigos atracadores”, ejemplificaba con su peculiar voz baja, aguda como su espontánea risa, que le ayudaron a ganarse la confianza de unos confidentes que sabían que nunca les traicionaría. Una manera de hacer y de ser que, con los años, explicaría también su pasmosa facilidad para arrancar sinceridad e intimidades en el difícil arte de la entrevista, género que dominó como pocos. “Debo haber hecho más de medio millar en mi vida, pero solo en media docena he logrado ese clicen el que el entrevistado se olvida de que estás ahí y te cuenta una cosa íntima que luego, muchas veces, te pide que borres u olvides: y si hay un punto de decencia, lo haces”, sostenía. Y quizá ello explique que obtuviera algunas a personajes tan imposibles como Graham Greene y John Le Carré, aún hoy recordadas. El silencio no le preocupaba porque, sostenía, “en periodismo, tarde o temprano todo acaba por poder publicarse”.

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