MISTERIO

Los silbatos de la muerte y la “Reina Roja”

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SEVILLA 3.1.2021 / Jose Manuel García Bautista

Hay un elemento que llama la atención de historiadores y arqueólogos cuando de “curiosidades” aztecas o mayas se refiere, se trata de los famosos y desconcertantes pitos o “silbatos de la muerte” realizados en roca o hueso y que son relacionados con sangrientos rituales.

Muchos de ellos fueron hallados dentro de la tumba de la Reina Roja e imitaban el sonido del viento, de aves y, en casos extremos, de gritos aterradores según aquellos que los probaron; sea como fuere es perturbador y se desconoce la utilidad que le daban los antiguos aztecas.

El etnomusicólogo Gonzalo Sánchez Santiago y, décadas antes, José Luis Franco, definieron las características de estos teniendo en común una forma paralelepípeda con abertura de los cantos y perforaciones en ambas caras dando lugar a lo que se denomina como “cámara de caos”, ello servía para “amplificar” el sonido resultante.

Roberto Velázquez Cabrera era un ingeniero que hizo un gran estudio sobre ellos y los bautizó como “silbatos de la muerte” siendo en el año 1999 cuando en una tumba se encontraron los restos de un joven de 20 años sacrificado hace siglos junto al que se encontraban varios de estos artilugios, todo ello dentro del yacimiento arqueológico de Tlatelolco, en Ciudad de México; de su singularidad decía que “un modelo de potencia similar al del Mazatepetl, lo podemos moldear y armar en cerca de diez minutos, pero tuvimos que practicar más de un año, para producir copias que generen un nivel similar de potencia acústica”.

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Pero hay algo más: “Si se tocan dos silbatos de la muerte simultáneamente, se producen batimentos infrasónicos complejos que generan estados de alterados de conciencia; sicodélicos y alucinógenos. Por ejemplo, un silbato grande puede generar sonidos dañinos o batimentos infrasónicos que pueden tener efectos negativos en la salud, o, en el caso contrario pueden contribuir a la salud física y mental de las personas que los perciben”.

Cómo referencia de todo ello, en un marco histórico, tenemos lo que el misionero franciscano Bernardino de Sahagún escribió de una fiesta dedicada a la diosa de la noche, Tezcatlipoca, en la cultura azteca: “sacrificaba un joven honrado como representación del dios en la tierra, guarnecido con todos sus atributos, entre ellos un silbato, con el que producía un sonido semejante al del viento nocturno por los caminos”.

Lo cual encajaría con los restos de Ciudad de México (Tlatelolco) y la razón que tuviera esos silbatos en las manos en lo que se llamó el templo del dios del viento o Ehecatl.

Esto explicaría por qué los restos del joven sacrificado en Tlatelolco tenía dos silbatos de calaveras en sus manos. Ese lugar arqueológico era un templo de Ehecatl, dios azteca del viento.

Más conocidos son los silbatos encontrados por el arqueólogo Salvador Guilliem Arroyo con forma de calavera humana y en cerámica.

Parece que no eran juguetes como se catalogó inicialmente y que tenían una función ritualista, sólo resta saber más sobre todo ello y no tocar, demasiado fuerte, el llamado “silbato de la muerte”.

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