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Los lamentos de un alcalde y la ‘piedra llorosa’ de Sevilla

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SEVILLA 13.1.2020 / Jose Manuel García Bautista

Antigua ubicación del convento y viejo cuartel que conocemos como Patio de San Laureano, en el barrio de Los Húmeros da a la Puerta Real y a la calle Alfonso XII.

En la zona que va desde la Capilla de las Mercedes de la Puerta Real a la esquina de Alfonso XII con Marqués de Paradas existía un muro, al final del mismo hay una piedra que muchos no conocerán y que afortunadamente va a seguir en su sitio por mucho tiempo…Es La Piedra Llorosa.

Su historia nos dice que en 1857 bajo el reinado de Isabel II y gobierno de Narváez, primera guerra carlista, motines y cuartelazos, un grupo de jóvenes, utópicos liberales sevillanos, capitaneados por el coronel retirado Joaquín Serra y dirigidos por Cayetano Morales y por Manuel Caro decidieron alzarse en armas.

Organizaron una partida, que el 29 de junio se echó al monte camino de Ronda, cometiendo diversas tropelías en Arahal y otros pueblos. En Benaoján los alcanzaron las tropas de los regimientos de Albuera y de Alcántara.

Los utópicos sublevados apenas dispararon un tiro, mientras las tropas les hicieron veinticinco muertos en las primeras descargas, y prisioneros a todos los supervivientes.

El lance costó el cargo al Gobernador y al Capitán General. Madrid envió con plenos poderes, civil y militar, a un duro comisionado de Narváez, don Manuel Lassala y Solera, quien sin que le temblara la mano mandó fusilar a los ochenta y dos detenidos, presos en el cuartel de San Laureano. El alcalde García de Vinuesa pidió en vano su indulto.

Llegada la mañana del 11 de julio, fueron sacados de San Laureano y llevados a la Plaza de Armas del Campo de Marte para ser fusilados. La misma Sevilla novelera que acudía a la plaza de San Francisco a los autos de fe llenó las afueras de la Puerta de Triana para ver el fusilamiento.

Sacerdotes y hermanos de la Caridad ayudaban a bien morir a los muchachos, que no acababan de creerse que aquellos soldados los fusilarían.

En aquel momento llegó el alcalde García de Vinuesa con dos alguaciles, en un último e inútil intento de salvarlos. Pero hay un redoble de tambores y suena la descarga del piquete de ejecución.

Acto seguido hay disparos de muerte y se produce un infortunio: unas balas perdidas rebotan y matan a dos zagalones que han subido a un árbol a contemplar la macabra escena. García de Vinuesa, entonces, se fue hacia la Puerta Real. Desolado. Derrotado.

En una esquina halló una piedra. Se sentó en ella. Todo un hombre, alcalde de la cruel ciudad, rompió en llanto. Sobre aquella piedra, García de Vinuesa lloró la muerte de aquellos sevillanos fusilados. Los alguaciles que lo acompañaban lo oyeron lamentarse una y otra vez, pañuelo en mano:

-¡Pobre ciudad, pobre ciudad!

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