SEVILLA 12.9.2020 / Jose Manuel García Bautista
Uno de los emperadores más nefastos del Imperio Romano fue Cayo Julio César Germánico, que quizás el nombre no le diga nada pero si les cuento que vivió entre el 12 y el 41 y le apodaban Calígula seguro que la cosa cambia.
Era un apodo, puesto porque usaba unas sandalias siendo niño que los legionarios llamaban “cáligas” y de ahí Calígula.
No comenzó con mal pie: dio amnistías, proclamó fiestas, era querido. Pero una enfermedad mental -a buen seguro- comenzó a hacer mella en él y comenzó a ser un auténtico vicioso, malvado, depravado sexual y excesivamente cruel.
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Así lo primero que hizo es asegurarse su reinado libre de conjuras: mandó matar a Tiberio Gemelo y a Macrón, violó cruelmente a su hermana Drusila con la que siguió teniendo, en el tiempo, más relaciones sexuales no consentidas, pero quién llevaba la contraria al emperador moría.
A su familia la trató especialmente mal pues hizo de las féminas prostitutas, además se hizo dar epítetos Óptimos y Máximo, que era algo que sólo podían tener los dioses, pero a Calígula -a estas alturas- ya se le había ido la cabeza totalmente.
Su antes buena imagen de cara al pueblo se enturbió cuando les grabó unos impuestos abusivos.
En el colmo de los despropósitos nombró cónsul a su caballo Incitatus que incluso le mando construir una cuadra en mármol, oro y marfil.
Entre sus vicios preferidos estaba disponer de las mujeres ajenas, mujeres casadas con miembros de su corte a las que obligaba a mantener relaciones sexuales con él. Después de una noche con el emperador él mismo mandaba el divorcio bajo la acusación de adulterio. El despropósito no tenía límites.
Su final no tardaría en llegar, en el año 41 su guardia pretoriana conspira contra él acabando con su vida y su reinado de depravación.
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