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La violencia juvenil en grupo: de la búsqueda de identidad al poder de la ‘tribu’

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En un mismo mes, tres brutales agresiones en grupo han dejado dos víctimas mortales y una en estado crítico

Redacción: 09/08/2021

Samuel, Isaac y Álex, tres nombres unidos por una misma fatalidad en un mismo mes de julio. La violencia grupal asesinó a los dos primeros y mantiene en un hilo la vida del tercer joven, sin que se puedan encontrar respuestas dentro de la lógica humana y cívica que expliquen a la sociedad cómo puede un grupo de personas agredir a otra de manera salvaje hasta el final.

Desde una mirada analítica, lo que sí se puede extraer de los hechos son patrones y factores que permiten comprender cómo opera la violencia cuando se ejerce en grupo y averiguar si puede estar dándose en España un repunte de agresiones en pandilla, como se podría pensar a tenor de los últimos casos conocidos. 

¿Hay un repunte de violencia juvenil?

“Yo no creo que haya un incremento en el número de agresiones, pero sí que hay un incremento de la violencia (…) Es innegable que las acciones son ahora más violentas que antes, que hay matonismo juvenil. Eso sin duda”, explica Joan Caballero, especialista en grupos urbanos violentos y analista del Centro de Estudios e Iniciativas sobre Discriminación y Violencia, en una conversación con RTVE.es. 

Bárbara Scandroglio, doctora en Psicología Social y profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, considera, en cambio, que sí podría hablarse de un “repunte” de hechos violentos, pero cree que no se tratará de algo progresivo y prevé que remita en un tiempo: “Tiene mucho que ver con las condiciones sociales del momento. Es síntoma de que algo ha desencajado, pero remitirá”.

Más allá de los matices y de las estimaciones, lo que dejan claro todos los expertos consultados es que la violencia juvenil grupal ha existido siempre y advierten de que está más arraigada en las ciudades de lo que a veces se cree. Cuando hay finales dramáticos como los tres últimos o cuando se pone el foco mediático sobre determinados casos es cuando se vuelve más visible.

“Sobre este tema hay mucha cifra oscura y se hace público cuando aparecen las imágenes y son compartidas en los medios o en las redes. Estos son solo los casos más graves, pero casos de delitos que no se denuncian hay muchísimos”, apunta Caballero.

La búsqueda de identidad y el poder de la ‘tribu’

A la hora de diseccionar las bases sobre las que se asientan las agresiones grupales, lo primero que hay que tener en cuenta es la “utilidad” que, por desgracia, aún tiene la violencia dentro de la sociedad.

“Hay comportamientos gregarios que nos resultan despreciables, pero que tienen una razón de ser y una utilidad. Cuando lo vemos desde fuera y a nivel de sociedad esto nos puede parecer una aberración o algo propio de bárbaros, pero hay que entenderlo desde dentro”, advierte el sociólogo y profesor de la UDIMA Mariano Urraco. 

En un momento de “crisis de referentes”, continúa Urraco, muchos chicos y chicas buscan su identidad y creen encontrarla en un colectivo, en una tribu, pero a veces para unirse a ella tienen que comportarse de forma bastante contraria a lo que se entendería como civismo. Además, “para crear un ‘nosotros’, la mejor manera es crear un ‘ellos’ que sea distinto, un enemigo, un rival.

El funcionamiento no es muy distinto entre las bandas o pandillas callejeras ya constituidas, como la de “Los Hermanos Koala”, que supuestamente agredieron a Álex, el joven de Amorebieta, y el caso de jóvenes sin antecedentes que simplemente salen a la calle o de fiesta en grupo y que también componen una “tribu” junto a sus colegas.

Para los dos tipos de grupo los de fuera pueden suponer una amenaza y cualquier gesto, mirada o acción sobre la que puedan interpretar que se les está cuestionando puede desencadenar una situación violenta. También puede haber un trasfondo de odio hacia la persona agredida, como se investiga en el caso de Samuel –el joven homosexual apaleado hasta la muerte en A Coruña– o en el caso de Isaac –el rapero diagnosticado con Asperger al que acuchillaron en Madrid–.

Caballero puntualiza que los jóvenes que agreden en grupo ya suelen responder a un perfil de persona agresiva, pero esto no quiere decir que fueran violentos previamente. De hecho, en lo que coinciden los expertos es en que muchos de esos chicos y chicas no serían capaces de actuar en solitario; agreden junto a otros por la fuerza que les brinda el grupo, por la presión que otros miembros ejercen sobre ellos, o por una mentalidad “machoalfista” que lleva a demostrar que a ellos “no les vacila nadie”.

“En el caso de los grupos que imitan a bandas latinas, lo que hacen es controlar el territorio y sienten la impunidad porque van en grupo. Además, a veces van bebidos y drogados muchos de ellos, y llevan armas: navajas, puños americanos o defensas eléctricas. Se sienten dueños de la zona por la que tú pasas. (…) A mí me preocupa más la formación de pequeños grupos que mimetizan, que importen ese modelo de violencia grupal preocupa bastante”, comenta Caballero.

La responsabilidad individual se “difumina”

La gravedad de esta dinámica llega cuando uno de ellos inicia una situación violenta y el conjunto pierde el sentido de la individualidad, actuando en defensa del grupo. Incluso, hay quienes no participan directamente en la paliza o el linchamiento, pero sí jalean y animan.

“Quienes jalean no se dan cuenta de que también están dentro y siguen, como si fuera una especie de fiesta. Lo de Samuel fueron seis minutos, que es muchísimo tiempo, pero normalmente estamos hablando de menos de un minuto, pocos segundos donde hay un ataque brutal y a los pocos segundos se van, corren. (…) Lo que pasa es que si yo peleo individualmente tengo mas conciencia del daño que estoy haciendo, pero en grupo no tengo ese control“, explica Scandroglio, que, como investigadora, está especializada en comportamientos de riesgo juveniles.

“Sienten que el grupo es el responsable. Si hemos sido todos no ha sido ninguno“

Al contrario de lo que ocurre con el poder, que crece en grupo, la responsabilidad se diluye cuando son varias las personas que atacan a una víctima.

Sienten que el grupo es el responsable. Lo que haga yo a nivel individual lo hago como parte de un grupo, así que si hemos sido todos no ha sido ninguno. En sus declaraciones dirán que se vieron involucrados, que hicieron lo que hicieron los demás y perdieron el sentido de la individualidad. Es toda una difuminación de la responsabilidad propia”, explica Urraco, también especializado en el estudio de la juventud, dentro del ámbito sociológico.

En la raíz del problema: “pornografía de la violencia”

Así es como siempre ha funcionado, en forma, la violencia grupal. La novedad entre lo que ocurre ahora y lo que podía ocurrir a la salida de un instituto hace treinta años está en la brutalidad, que sí podría estar aumentando, y también en el uso de la tecnología, que da más proyección a la violencia.

“Las agresiones de grupo son algo que ya en la posguerra existía, la novedad es que en algunos casos lleguen al extremo de la muerte y que puedan provocar cierto efecto de imitación debido a lo que algunos autores denominan ‘pornografía de la violencia’, que es cuando se convierte en un espectáculo”, apunta Carles Feixa, catedrático de Antropología Social en la Universitat Pompeu Fabra, especializado desde hace varias décadas en el estudio de las culturas juveniles y las tribus urbanas.

Como afirma Feixa, coincidiendo con el resto de investigadores, la “viralización” de las situaciones violentas y la difusión de peleas a través de las redes sociales supone un peligro porque, cuanta más violencia descarnada se consume y más se interacciona con ese material, es más posible terminar adoptando conductas agresivas y derivando en un culto al odio.

Los teléfonos móviles se convierten en aliados para los jóvenes porque les permiten grabar y compartir esos ataques de los que a menudo se enorgullecen y con los que intentan despertar la admiración de otros. Lo que consiguen, al margen de sus objetivos, es aumentar el sufrimiento de la víctima o de sus familiares, y seguir difundiendo un aprendizaje antisocial tremendamente dañino para la sociedad. 

“Siempre hay posibilidad de que se produzca un efecto rebote al hacer visibles ciertas dinámicas. Pueden enganchar a otros, pueden crear nuevos adeptos, aunque muchos ya sepan muy bien de qué va el asunto (…) Sobre todo para los más pequeños sí puede ser un primer acercamiento”, dice Scandroglio.

Un contexto poco favorable: pandemia, crisis económica, discurso de odio…

Por otra parte, el contexto actual de adolescentes y jóvenes no es el más favorecedor y ese hecho, según los expertos, podría estar influyendo negativamente en el comportamiento de muchos de ellos.

“La juventud o parte de la juventud es el anillo débil de la cadena que muchas veces quiebra con las condiciones de crisis y, evidentemente, la pandemia ha influido. El encierro ha hecho que pierdan una parte muy importante de su identidad social. Tienen una necesidad extrema de hacerse valer y mayor susceptibilidad. Están más sensibles a que les discutan su estatus, su reputación en su entorno cercano”, sostiene Scandroglio.

“Están más sensibles a que les discutan su estatus, su reputación en su entorno cercano“

También Feixa menciona la situación sanitaria en su análisis por considerar que, en general, los jóvenes han sido “olvidados” y “estigmatizados”: “Esta no es la causa, pero sí que de algún modo lo alimenta. Cuando se culpabiliza en exceso a un grupo puede reaccionar asumiendo el estigma”.

Urraco, en cambio, cree que la pandemia solo ha profundizado dinámicas que ya se estaban dando y vincula más esa agresividad a la crisis económica que arrastra España desde hace años: “La identidad de nuestros padres, cuando eran jóvenes, se construía a partir del trabajo; decían ‘yo soy tornero o soy peón’, lo que fuera. Para muchos chicos de ahora ese referente no existe o existe, pero es mucho más precario, y buscan otras fuentes de identidad que no siempre son positivas”.

Otra circunstancia que también preocupa a Feixa es el mal clima ligado al contexto político de los últimos años, “sobre todo tras la emergencia de la extrema derecha”, porque podría haber creado en algunos jóvenes un sentimiento de “tolerancia o impunidad frente a estas actitudes” que se podrían denominar, dice, como “alterofobia” (desprecio por el otro). Entre sus argumentos hay una critica tajante a las sentencias judiciales que no incriminan discursos de odio que él considera “de manual”.

“Si después hay un joven que agrede a un ‘mena’, ¿de quién es la culpa, solo del joven o también de quienes lo han estado machacando con ese mensaje? Igual ocurre con los homosexuales. Hay todo un discurso de intolerancia que queda impune”, lamenta el antropólogo.

¿Cómo frenar ese ‘matonismo’?

Para los expertos no basta con denunciar estas agresiones grupales ni con conocer cuál es su caldo de cultivo. Es tanto o más importante ofrecer soluciones para evitar que se repliquen casos tan dolorosos como los que se han vivido en el último mes.

Lo que Caballero propone, teniendo en cuenta que muchas agresiones se cometen en parques o zonas oscuras no controladas, es habilitar en las ciudades espacios más seguros: “Ya que van a hacer botellones, al menos que lo hagan en sitios que estén protegidos y vigilados”, dice.

Feixa, por su parte, cree que la solución, lejos de acabar con las tribus o bandas, es “desviolentarlas” y brindarles a los chicos y chicas otras alternativas que no comporten el conflicto con el extraño.

“Hay que promover formas de mediación, de resolución de conflictos que salgan de los propios grupos, del colectivo juvenil, ritualizar el conflicto a través de la música, el boxeo o las artes marciales”, señala Feixa, en línea con lo que también sugiere Scandroglio, quien habla de crear una especie de “mili de la participación”, con jóvenes que hagan voluntariado y a los que se enseñe a pertenecer de forma sana y cívica a distintos grupos.

Urraco cree que la solución definitiva sería eliminar la eficacia que aún tiene la violencia dentro de una sociedad que se dice avanzada, pero esto implicaría “un cambio cultural total” que, cree, no va a llegar porque “quien más o quien menos usa conductas violentas para progresar en su vida”.

Lo que sí podría ser factible y “valioso”, dice, es “desmontar” la extendida idea de que hay impunidad para quienes agreden:

“Que se vea el acto, la paliza, es lo que ellos quieren. Lo que hay que mostrarles es lo que pasa después para que por lo menos sean conscientes de que todo no acaba con el apuñalamiento o con que la familia del muerto llore, que es algo que incluso puede motivar a un agresor (…) Tienen que saber que hay consecuencias para ellos y para su futuro, porque a partir de ese delito su propia vida habrá cambiado y habrá cosas que ya no podrán hacer”, concluye el sociólogo.

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