SEVILLA 29.8.2020 / Jose Manuel García Bautista
La Historia de la Humanidad nos ha dado ejemplos de vidas extraordinarias y ejemplos extraordinarios. Dos de ellos son los que voy a relatar y que deja perplejos a aquellos que conocen de su particular historia.
El primer ejemplo lo tenemos en cuanto a la codicia. Marco Licinio Craso era un político y prestamista (este era completito) romano que vivió hacia el primer siglo antes de Cristo.
Tenía fama por ser inmensamente rico y haber amasado una fortuna en negocios tales como el comercio de esclavos o ser un especulador inmobiliario (no, podría encajar en cualquier político de nuestra actualidad pero nuestro protagonista vivió hace muchos años).
Vivió pendiente siempre de cómo agrandar su fortuna hasta que, según cuenta la leyenda, fue capturado en la batalla de Carres en los enfrentó a los Partos. El rey parto, Orofes, mandó como castigo que se le abriera la boca y se vertiera en la misma oro líquido. Ese fue el final de su desmedida codicia.
Demócrito de Abdera (460 al 390 a.C.) era una persona sumamente austera, tanto que fue comiendo cada vez menos, acortando el alimento y recomendando ingerir sólo miel. Dentro de la extrema abstinencia que mantenía todos comenzaron a temer por su vida.
Así llegó el momento en el que o cambiaba o moría; sus discípulos -en el transcurso de las fiestas a la diosa Ceres- le imploraron que comiera algo y que se repusiera sino quería morir. Así Demócrito mandó llamar a un sirviente y le ordenó que le llevase un tarro con miel.
Los discípulos se miraron complacidos. Llegó el sirviente y le puso la miel junto a él. Demócrito tomó el tarro y, lejos de tomarla, comenzó a olerla.
Sólo vivió tres días más, murió por inanición. Y es que Demócrito llevó al extremo sus pensamientos.
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