GRANADA 10.11.2019 / Jose Manuel García Bautista
Granada está llena de hermosos y evocadores rincones, uno de ellos se encuentra próximo al Museo Arqueológico Provincial y se le conoce como la “Casa de la Torre” siendo, antaño, parte del convento de San Bernardo.
Allí se producen hechos extraños que no logran explicarse los que tienen la ocasión de ser víctimas propiciatorias del misterio.
Los sucesos son variados: luces que se encienden y se apagan, alarmas que saltan en habitaciones advirtiendo de un incendio inexistente, pasos en la noche por las estancias sin que nadie lo provoque, voces que provienen de la nada.
Quizás el peor sentimiento es cuando se siente estos pasos y se nota que no se está sólo, que se está acompañado por un algo o alguien que no se puede ver pero cuya presencia es perceptible.
Tenemos el testimonio de un vigilante de seguridad que, una noche, se llevó el susto de su vida. Estaba en la planta baja y comenzó a sentir como si alguien arrastra los muebles de una estancia en la primera planta, en la planta superior a la que él se encontraba. Inmediatamente pensó que podría tratarse de ladrones y extremó la precaución.
Subió a aquella planta y la inspeccionó con el mayor de los cuidados y detalles para darse cuenta que allí no había nadie y que la única presencia era la suya, particularmente aterrada ya.
Bajó las escaleras para dirigirse al puesto de guardia cuando comenzó a sentir como los ruidos comenzaban de nuevo. El vigilante sabía que aquello no era normal, que algo extraño, muy extraño, estaba sucediendo, y gritó “¡déjame trabajar tranquilo!”. Entonces aquellos ruidos cesaron y no volvieron a repetirse.
El edificio está igualmente encantado, tal vez por la proximidad a la Casa Castril o, simplemente, porque allí mora otra de esas presencias apegadas a una vida que dejó hace mucho tiempo.