MISTERIO

El autoestopista de la muerte

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SEVILLA 29.11.2020 / Jose Manuel García Bautista

A veces, en la solitaria carretera de cualquier lugar del mundo, nos podemos encontrar cara a cara con el misterio, ser parte de una espiral de acontecimientos que no llegamos a comprender pero que nos afecta sobremanera y que tendrán una incidencia directa en nuestro sistema de pensamientos futuros.

Eso es lo que le ocurrió a nuestro protagonista, un portorriqueño que conducía su vehículo desde Mayagüez hasta Arecibo.

Era el 20 de noviembre de 1982 y Abel Haiz Rassen, comerciante árabe afincado en Puerto Rico, atravesó un lugar llamado “The Chain”.

Mientras circulaba con su vehículo por la zona le llamó la atención un hombre que había al arcén, destacaba por que era calvo y estaba allí de pie haciendo autostop, vestía camisa gris y pantalón vaquero oscuro, tendría unos treinta o treinta y cinco años. Abel siguió su camino en dirección a Arecibo.

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Se detuvo en un semáforo en rojo en el siguiente cruce, entonces su vehículo se detuvo, el motor se paró y Abel no podía ponerlo en marcha, entre tanto el autoestopista se había acercado al auto, abierto la puerta trasera y acomodado en el interior del mismo.

Abel logró arrancar y al mirar por el retrovisor se encontró con el “invitado” en el asiento trasero.
Entonces se sobresaltó y aquel joven le dijo:

-Me llamo ¿Tendría la bondad de llevarme a mi casa, en la urbanización «Alturas de Aguada»? Hace casi dos meses que no veo a mi esposa Esperanza y a mi hijo.

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Entonces Abel le dijo que no, que él tenía una familia que también le estaba esperando en Arecibo.
El autoestopista insistió en que lo acercara a donde le pedía. Abel, apiadándose le dijo que lo podía llevar hasta un restaurante llamado “El Nido”.
Mientras circulaba por la carretera, incómodo por la situación, el autoestopista le pidió que condujera con cuidado y que no bebiera, y también una extraña petición:
-Por favor, recé por mí.
Cuando llegó al restaurante “El Nido” respiró aliviado, pensó: “por fin he llegado” y unos clientes le vieron conversar sólo, pensaron que hablaba sólo consigo mismo y uno de ellos, creyendo que podía tener problemas se acercó al coche y le dijo:
-Perdona,¿le sucede algo?¿Le podemos ayudar?
Abel entonces reaccionó sorprendido y replicó:
-No, hablo con este señor que quiere que le lleve a casa.
Abel casi sufre un síncope de la impresión, aquel autoestopista había desaparecido.
Tan impresionado quedó que llamaron a una unidad de la policía local que se personó con dos agentes, los patrulleros Alfredo Vega y Gilberto Castro, que al comprobar el estado de nervios y ansiedad de Abel estimaron oportuno trasladarlo al hospital donde volvió a narrar la misma historia.
Sea como fuere, los agentes, creyeron que debían seguir cualquier pista de esta extraña historia y se trasladaron a la urbanización donde aquel autoestopista decía dirigirse tras dos meses sin ver a su familia. Sabían el nombre del mismo por qué se lo había dicho al conductor, se llamaba Roberto.
Tras rastrear la zona en busca de propietarios llamados Roberto llegaron a una casa donde les abrió la puerta una mujer, tenía un niño entre sus brazos. Los agentes le refirieron la historia y la mujer estalló en lágrimas, ella se llamaba Esperanza y que era viuda de Roberto Valentín Carbó fallecido dos meses atrás.
Impresionada por lo que le relataron los agentes le comentó que su marido se ajustaba a la descripción que dio Abel: era calvo y su último día de vida vestía camisa gris y unos pantalones vaqueros oscuros:
Murió el 6 de octubre de 1982 en un accidente de tráfico en el mismo lugar donde Abel Haiz Rassen le había visto.
¿Vida después de la muerte? Quién sabe… Este tipo de manifestaciones podrían ser tildadas de leyendas urbanas pero, a veces, por la profusión de datos y detalles rebasan esa barrera para constituirse en una realidad.
No sabemos que nos espera al morir, sólo, por este tipo de relatos, que hay esperanza de vida aunque sea bajo otra forma de existencia.

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