MÁLAGA 1.12.2019 / Jose Manuel García Bautista
Antonio Alcaide, ya fallecido, era hace años el encargado del cuidado y mantenimiento de la necrópolis anglicana, heredero de una labor que ya realizaron su padre y su abuelo.
Una familia que ha convivido en San Georges durante más de cien años.
Uno de los días en que se encontraba podando una de las zonas del patio principal, junto a la iglesia, un señor de aspecto extravagante subió la cuesta y comenzó a caminar de un lado a otro con la mirada perdida y un gesto extraño en el rostro.
Aproximándose a uno de los mausoleos, el cual poseía una enorme figura de un ángel a tamaño natural, quedó mirándolo fijamente.
Cuando Antonio Alcaide se acercó para saludar al recién llegado, éste entabló fácilmente conversación.
Pero lo que le contó escapaba a toda lógica. Aquel hombre afirmaba saber que el ángel custodio que se encontraba sobre la tumba, no era solamente de mármol.
Aquello era solo una coraza, ya que su interior se encontraba totalmente hueco, para albergar el cuerpo del difunto, concretamente una muchacha, que no se encontraría por lo tanto en la tumba. Y aseguraba no hablar de oídas. Afirmó que en cierta ocasión pudo comprobarlo con sus propios ojos.
Pocas palabras más salieron de los labios de aquel hombre, y las que lo hacían eran para manifestar que el ángel estaba vivo dado que el alma de la joven fallecida se custodiaba en el interior de la figura de mármol, y que así perduraría a través de los siglos.
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