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Donde habitan los dioses

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SEVILLA 12.1.2020 / Jose Manuel García Bautista

El hogar donde viven los dioses siempre fue un motivo que alimentó la imaginación de las más viejas civilizaciones, desde las primitivas y gloriosas culturas sumerias o griegas hasta las más recientes de culto monoteísta como la cristiana o la islámica.

El lugar donde habitan los dioses siempre ha sido motivo de disquisiciones para aquellos que pueblan el planeta. En unos casos idealizados, en otros banalizados, sea como fuere es tema de debate allá donde la razón pierde peso y se imponen las creencias religiosas.

Y es que no es un tema que se ajeno a ninguna religión pues todas han meditado sobre este aspecto, el propio Voltaire escribía en su “Diccionario Filosófico”:

“Los primitivos griegos, al ver que los señores de las ciudades vivían en ciudadelas, en la cumbre de la montaña, juzgaron que los dioses debían de ocupar también alguna ciudadela, y la colocaron en Tesalia, en la cima del Monte Olimpo, cuya cima es tan alta que muchas veces la cubren las nubes; de modo que desde el palacio de los dioses se podía ver fácilmente el cielo”.

Así es como se comienza a hablar del Olimpo como el hogar del panteón de dioses griegos que hoy es mitológico.

Curiosamente el propio Aristóteles, en la Antigua Grecia, ya ubica la morada de los dioses en el cielo y hace notar que todas las religiones lo ubican en el mismo lugar…

¿Tal vez una referencia a algo que vieron que procedía del mismo? Igualmente su ubicación se podía deber a que el cielo era inaccesible para los mortales de aquella época –y para los seres humanos del siglo XXI que sólo podemos pasar temporalmente por él-, vetado.

Este concepto se enraizó con el paso del tiempo hasta tal punto que se hizo la identificación del Cielo como la morada de los dioses o de Dios. El concepto religioso era tan fuerte y tan inaccesible que sólo en un lugar extraordinario como el cielo podrían vivir.

Además se incorporó un nuevo elemento pues si bien el Cielo era sinónimo de lo bueno, de lo placentero, de la luz, de la felicidad… Lo malo tenía que habitar en otro lugar y para ello se designó a las entrañas de la Tierra, un lugar del que brotaba el magma, la roca fundida incandescente, el mismo infierno, el origen del mal. De esta forma nació la creencia en el Cielo y el Infierno identificando a ambos lugares.

En los Libros Sagrados judaicos se establece también lo que es el denominado ‘sheol’ o la ‘residencia de la muerte’, reforzadas por los místicos judíos y su afirmación al decir que los cielos estaban contenidos en las siete esferas del fimamento.

Además en el Islam también se admite el concepto de los siete cielos del firmamento, donde el séptimo cielo es el lugar donde vive el Altísimo y en el primero los seres humanos, la escala más básica de ese paraíso. En el cristianismo el Cielo es donde habita Dios y el núcleo de la Tierra, el Infierno, donde estaría el Demonio.

En la leyendas y mitos de los pueblos germánicos y escandinavos la corte celestial vive en el “Valhalla”, un palacio con 540 puertas y donde los dioses celebrarían cacerías, banquetes y llevarían una vida placentera alejados de los temores que tienen, en su vida diaria, los seres humanos.

En Japón tenemos el análogo que es el “Amer”, un lugar sólo apto para los dioses.

Profundizando en el cristianismo el concepto Cielo se concretó cuando San Agustín de Hipona, en la obra “La ciudad de Dios”, 413-426, da el “diseño” en la cual el Cielo está poblado por ángeles que adoran a Dios en su ciudad y en el infierno está los ángeles caídos, los ángeles del mal.

Esa dualidad entre el bien y el mal tuvo su analogía en el Paraíso Terrenal donde Abel sería el bueno y Caín el malo. San Agustín se refería a ellas como las dos ciudades terrenales del bien y del mal, pero no se sabe si estaba describiendo una metáfora o trataba de dar otro mensaje el considerado como uno de los padres de la Iglesia.

Y como el hogar de los dioses, o de Dios, tenía su patriarca, su imagen –así en la Tierra como en el Cielo- debía tener su propio patriarca, ahí es donde nace la figura del Papa, el vicario de Cristo, la persona que tendría el poder supremo de la Iglesia.

Curiosamente San Agustín establece las pautas del lugar donde habita Dios pero el propio santo, antes de su conversión, profesó el Maniqueismo, fue al abrir una Biblia cuando se produjo el cambio en su interior, en sus “Confesiones” escribe:

“Concédeme castidad y continencia pero no ahora mismo”.

Tuvo fama de escéptico, de descreído, y con su transformación también de eliminar todo aquello que resultara pagano, como la matanza de Calama, Argelia, donde ordenó la muerte de cientos de personas, era el año 408.

Y todo ello nos lleva a conocer las raíces de donde surgen las ideas de Cielo e Infierno, de Bien y Mal, de la eterna dualidad y lucha que todo ser humano hace de su lado positivo contra su lado negativo, de la actividad y de la pereza, de la Vida y de la Muerte en suma en un mundo descreído en el que la Ciencia y la Fe chocan allá donde la razón es libre de combatir y dejarse seducir.

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