SEVILLA 8.8.2020 / Jose Manuel García Bautista
Hablar de Egipto evoca hablar de una cultura milenaria que poseía un saber que estamos lejos de comprender en pleno siglo XXI. Cuando de han apagado los ecos de un pasado glorioso, sus enigmas despiertan todo tipo de preguntas entre historiadores y arqueólogos.
Sus misterios comenzaron a ir desvelándose a medida que se investigaba sobre el terreno lo magnífico de su cultura, fue el hallazgo de la Piedra Rosetta y los estudios de Champollion sobre ella los que comenzaron a revelarnos las claves de su escritura jeroglífica, una escritura que se podría encontrar en todas las construcciones de cierta importancia en el Egipto más glorioso.
Pero las incógnitas perduran, la cultura egipcia surge de una etapa neolítica casi de repente, sin ningún antecedente cultural o vestigio civilizador. Lo hace con el inicio de construcciones que aún hoy nos asombran, construcciones que no comprendemos cómo podían realizarse con los toscos instrumentos de aquellos “primitivos” primeros pobladores del país de las arenas eternas.
Tenemos por un lado la incógnita de su desarrollo, pero también tenemos la incógnita de su involución cultural. Tan pronto fueron capaces de construir fastuosas pirámides como fueron incapaces siglos después de tan siquiera imitar la construcción piramidal. Hubo un preocupante retroceso que hizo que aquel saber se perdiera, al menos no supieron plasmarlo como sus antepasados cercanos.
Así el mayor enigma surge al contemplar la Gran Pirámide, surge cuando no sabemos de qué forma construyeron un edificio de casi tres millones de metros cúbicos de piedra… No de qué forma, ni que instrumento utilizaron si no conocían más metal que el cobre y la rueda no la habían utilizado…
Pero lo que considerábamos como constructores casi “ignorantes” se convierten en constructores fascinantes cuando se descubren relaciones en la Gran Pirámide con el número Pi y Fi y cuando se entraba en una agria polémica entre el conocimiento oculto de sus constructores y el origen de ese saber…
Forense de Egipto
Fue William Matews Flinders Petrie quien a finales del siglo XIX arribó a Egipto dispuesto -con la Ciencia de aliada- a desvelar algunos de los secretos de la Gran Pirámide. En su equipaje bahía teodolitos de precisión, niveles ópticos, calibres micrométricos, goniómetros rectificados a los ángulos de 90º, a los 51º 50´ y los 26º 20º, cintas de invar, etc… Todo un arsenal de equipo de medición muy complejo y completo que estarían llamadas a marcar un camino que luego seguirían otros investigadores como el mismo André Pochan o Borchardt.
A Petrie casi lo podemos llamar el “forense de Egipto” pues trató las pruebas arqueológicas como si fueran una prueba judicial. Petrie además encontró una estatua griega en Egipto, ello le llevó acertadamente a creer que en Egipto se estableció una colonia helena.
Así se comenzaron a desvelar algunos de los misterios de Egipto, se comenzaron a desvelar pero no a saber darle una explicación razonable…
Es el último trabajo del autor en: “Egipto Misterioso”.
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