SEVILLA 14.10.2019 / Jose Manuel García Bautista
El ser humano suele ser un animal de costumbres tendente siempre a ser más negativo de lo que realmente debería ser.
El ponerse siempre en lo peor o pensar que lo peor puede pasar es algo habitual, la opción más catastrofista suele ser la que siempre elige sin que esta se haya ni siquiera producido.
Todo ello viene derivado de las preocupaciones y la excesiva importancia que se le da a determinadas cuestiones.
¿A qué deriva todo ello? Pues a que la persona sufra de depresión y trastornos de ansiedad…
Pensamientos como la salud, pruebas médicas que pueden ir mal, la empresa que no vaya bien, que no paguen la nómina, la relación que no funcione… Todo pasa factura.
Son los “y si…” que pueden colapsar a la persona y pueden hacer que se sienta perdido aunque muchas de esas cosas jamás sucederán, pero nuestra mente nos traiciona.
La preocupación es inherente en el ser humano, siempre tenemos una alternativa para reaccionar pero el miedo a qué la peor opción ocurra siempre estará presente.
Según la Universidad Estatal de Pensilvania (Estados Unidos) el 91% de las preocupaciones de las personas no se hacen realidad.
El psiquiatra norteamericano William Samuel Sadler explica que la preocupación es “incapacidad para relajar la atención” sobre algo que nos produce miedo.
Preocuparse en demasía por las cosas nos hace estar alerta todo el tiempo y derivar en ansiedad y otros problemas como el trastorno de ansiedad generalizada.
No preocuparse por nada, en cambio, acaba en depresión.
“La clave es responder ante cada preocupación con la medida justa” dice Francisca Expósito, catedrática y decana de la facultad de Psicología de la Universidad de Granada.
“Hay que ocuparse, no preocuparse” y “preocuparnos excesivamente por cosas que tienen solución destruye la felicidad y cualquier oportunidad de éxito”.
Hay que vivir la vida admitiendo errores, hay que preocuparse aunque no todo merece nuestra atención, ni todo es perfecto ni todo es malo.
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