Historia

15 de abril de 1912: se hunde el ‘Titanic’

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SEVILLA 15.4.2020 / Jose Manuel García Bautista

El miércoles 10 de abril de 1.912, a las doce en punto, zarpaba del puerto de Southampton (junto al Canal de la Mancha, Inglaterra) el barco más lujoso y de mayor tamaño construido hasta entonces… Se trataba del Titanic, salido de los astilleros de Harland & Wolff de Belfast (Irlanda), habiendo sido botado el 31 de mayo de 1.911. Este gigante de los mares era el fruto de la carrera que desde principios de siglo venía enfrentando al Reino Unido con Alemania por el dominio de los mares. Era el orgullo de su compañía propietaria, la “White Star Line”.

Medía 269 m de eslora y 28 de manga, y con un peso bruto de 46.328 toneladas, desplazaba 66.000. Su potencia de cerca de 50.000 h.p. comunicaba fuerza a sus motores, que disponían de 3 hélices, y que gracias a sus 29 calderas de 5 m de diámetro cada una, con un total de 159 hornos que consumían diariamente 650 toneladas de carbón, en los momentos más favorables, conseguía alcanzar una velocidad próxima a los 24 nudos (un nudo equivale a 181,8 m).

Su característica más peculiar estribaba en un doble fondo, dividido en 16 compartimentos estancos. Como podía flotar hasta con 4 de éstos inundados y nadie imaginaba catástrofe peor que un choque en la intercesión de 2 de ellos, se le calificó de “insumergible”.

Este paquebote de lujo era como un auténtico palacio flotante, superando a los deseos de los más exigentes por su lujo, comodidades y refinamientos. Resistía perfectamente la comparación con cualquier hotel de lujo; disponía de unas 3.000 camas y cada una de sus “suites” de lujo medía 15 m de largo. Contaba también con un paseo de cubierta privado y sus paredes estaban decoradas con maderas nobles de estilo isabelino. Los camarotes disponían de muebles de estilo holandés antiguo, y los de primera clase estaban decorados según periodos y estilos, desde Luis XV hasta la Reina Ana.

Se habían cuidado todos los detalles, el trasatlántico contaba con ascensores, y un moderno gimnasio, con toda clase de aparatos, incluidos equipos de equitación mecánica que simulaban el trote y el galope de un caballo; pista de “squash”, baño turco y piscina. En los grandes salones, incluido el de fumadores, disponían de mobiliario inglés del siglo XVIII. Tenía tres bibliotecas con más de 30.000 volúmenes, sin contar con enormes despachos y salones de trabajo, destinados a los pasajeros que no podían suspender sus actividades durante la travesía… Incluso los compartimentos de tercera clase eran muy confortables para la época.

Allí, todas las proporciones y medidas eran colosales: por ejemplo, fueron embarcadas 40 toneladas de patatas, 12 de diferentes clases de agua mineral, 7.000 sacos de café, 35.000 docenas de huevos, etc. Su tripulación estaba integrada por 904 miembros (397 entre oficiales y marineros, y el resto dedicado a la atención de los distintos servicios del pasaje). Allí, todas las comodidades de la época estaban al alcance de cualquier privilegiado dispuesto a pagar hasta 4.350 dólares (precio de un pasaje de lujo) por una travesía marítima de 6 días. Todo había sido previsto en tan magnífico barco… menos la posibilidad de un naufragio…

Además de los habituales comedores en este tipo de embarcaciones, el Titanic disponía de un magnífico restaurante “a la carta”, así como el “Café Parisien”, una exactísima réplica de la cafetería de moda en aquel entonces. Su escalera principal era de lo más suntuosa que pudiera imaginarse en un barco. No faltaban lugares de reunión como el “Café Veranda” o el “Palm Coirt” en la cubierta “A”.

Confiados en una fama de “inhundible”, sin perjuicio de grandes fortunas en dinero, valores, joyas y objetos de valor, que llevaban los pasajeros en sus camarotes o en sus cajas de seguridad, la nave portaba objetos artísticos y arqueológicos de gran valor, destinados a ser expuestos en América, entre ellos una momia egipcia (de una sacerdotisa o hechicera) y una rarísima edición del Rubaiyat, de Omar Khayyam, valorada en 250.000 libras de la época… Hasta tal punto está persuadida la “White Star Line” de la invencibilidad de su trasatlántico, que lo había asegurado -sólo por puro trámite- en la cuarta parte de su valor.

A las 10.30 de aquel domingo 14 de abril el capitán del Titanic, Edward J. Smith, asistió a un servicio religioso celebrado en el salón-comedor de primera clase. A las 7.30 un grupo de pasajeros celebraba una fiesta en su honor en el restaurante “a la carta”, ya que el capitán tenía 62 años, y pensaba solicitar el retiro tras el término del viaje inaugural.

Mientras tanto el vapor Californian, que navegaba a pocas millas por delante del trasatlántico, telegrafiaba informando de la presencia de grandes témpanos en aquella zona. Sin embargo, el capitán Smith no llegó a recibir este mensaje y alrededor de las 9 se disculpó ante sus anfitriones, dirigiéndose al puente, donde estaba de servicio el segundo oficial Charles H. Lighttoller, con quien comentó las incidencias meteorológicas y la proximidad de uno o varios icebergs. Sobre las 9.20 el capitán se retiró a su camarote, tras advertir al segundo oficial: “Si la situación se pone incierta, hágamelo saber de inmediato. Estaré dentro”.

Como la noche estaba bastante despejada y tranquila, salvo una pequeña modificación en el rumbo, el Titanic no adoptó ninguna otra medida de precaución; y eso que en las últimas horas se habían recibido seis telegramas, cinco para el capitán y otro para el radiotelegrafista, que no fueron tenidos en cuenta.

A las 23.40 de la noche del domingo, el vigía Fleet vio un gran témpano a muy poca distancia de la proa e inmediatamente dio la alarma con reiteración… Sabía que la velocidad del buque en aquel momento era de 22,5 nudos y que éste navegaba por una zona peligrosa en la que los últimos 27 años habían naufragado 19 barcos… Por lo demás, el agua estaba en calma y la noche y la noche era fría y clara…

El primer oficial, William Murdoch, no había tomado muy excesivamente en cuenta la alarma de Fleet, hasta que lo que consideraba una neblina… ¿neblina en una noche clara?, se convirtió en un pavoroso bloque de hielo de más de 60 m de altura. Rápidamente, el oficial hizo virar el buque ligeramente hacia babor, con lo que si bien evitó una colisión frontal, hizo que alguna de las partes más afiladas del témpano rasgase el casco del Titanic, abriendo una brecha de cerca de 100 m de longitud. Casi inmediatamente el paquebote detenía su marcha.

Fue justamente entonces cuando Lady Cosmo Duff Gordon, una pasajera que, como otros muchos, ya se había retirado a su camarote a esas horas, sintió “como si alguien hubiera pasado un dedo gigantesco por el costado del barco”.

Acto seguido el Titanic comenzó a inclinarse ligeramente a babor, y raudales de agua comenzaron a penetrar en él. Pronto fue informado del accidente el ingeniero constructor del buque, Thomas Andrews, que viajaba en él y que fue una de las víctimas del naufragio -el coloso podía mantenerse a flote con 4 compartimentos estancos anegados, pero no con 5-, quien vio de inmediato que la nave estaba perdida sin remisión.

La mayor parte de los pasajeros no advirtieron nada alarmante e incluso el propio capitán Smith tardó 20 preciosos minutos en darse cuenta de la situación; sabía que se iba a desatar el pánico colectivo, por lo cual ordenó obrar con cautela.

Mandó avisar al pasaje, pero procurando restar importancia al incidente, y sólo a las 12.05, cuando ya el agua alcanzaba la pista de “squash”, ordenó disponer los botes salvavidas y que se emitiera la llamada de auxilio habitual en aquella época, “C.Q.D.”, junto con la recién adoptada y aún en vigor, “S.O.S.”, siendo tal vez la primera vez que se utilizó. La situación del buque en aquel momento era de 41º 46′ norte, y de 50º 14′ oeste. Se calculó, muy a la ligera, que dada la gravedad de las averías y la enorme brecha, el Titanic estaba condenado a desaparecer en menos de tres horas.

Algunos barcos captaron las angustiosas llamadas de socorro y trataron de acudir a toda máquina; pero, por una ironía del destino, el radiotelegrafista del Californian se había ido a dormir, por lo que esta nave, a tan sólo 19 millas de distancia, y que hubiera podido llegar a tiempo para ayudar eficazmente al salvamento del pasaje y de la tripulación, no advirtió nada, si bien es cierto que el segundo oficial del mismo, que se hallaba en cubierta observó una desusada iluminación e incluso cohetes de señales, pero no concedió al hecho mucha importancia, atribuyéndolo a que en algún gran trasatlántico estaban celebrando una fiesta a bordo.

Cuando, ya tardíamente, el pasaje tuvo conciencia de la catástrofe, sonó el clásico: “¡Sálvese quien pueda!” ¡Las mujeres y los niños primero!”… Desafortunadamente, el Titanic, considerado insumergible, llevaba 2.207 personas a bordo y sólo disponía de 1.178 plazas en los botes. Cundió el pánico y se sucedieron actos de bajeza inenarrables, alternados con sacrificios y abnegaciones difícilmente igualables en semejantes circunstancias… La noche se saldó con 1.503 muertos, el 68% de los embarcados.

La falta de plazas en los botes, la confusión y el miedo, así como el desorden con que se realizaron las operaciones de abandono del buque agravaron el naufragio y fueron responsables de no pocas víctimas. Mientras tanto, el Titanic -se había dado la orden de tener encendidas a toda costa las calderas 2 y 3, para mantener en funcionamiento la energía eléctrica-, con todas sus luces encendidas y lanzando cohetes de señales, seguía hundiéndose más rápidamente de lo calculado.

Mientras, la orquesta de a bordo interpretaba diversas melodías, en un vano intento de crear una atmósfera festiva y disminuir el miedo, y así permaneció hasta el último instante. Según la mayor parte de los supervivientes, la última pieza interpretada fue Más cerca de ti, Dios mío, aunque -al parecer- opiniones más autorizadas afirman que se trataba del viejo himno Otoño.

El viaje inaugural del Titanic había traído a la flor y nata de la sociedad británica y estadounidense. Entre sus más acaudaladas víctimas destacaban: John Joseph Astor IV, reputado como el hombre más rico del mundo; Benjamin Guddenheim, conocido como el “rey del cobre”; el “rey de los ferrocarriles”, Charle Hayes; Isidor Strauss, propietario de los mayores almacenes neoyorquinos; y el millonario español Victor Peñasco.

Un detallado examen de las listas de supervivientes revela que, contra lo que suele creerse, el factor determinante para sobrevivir no fue ni la edad ni el sexo, sino la condición social. Se salvó el 98% de las pasajeras de primera clase, contra un 54,7% de las de tercera. Entre los hombres de primera se registró un 66% de supervivientes, contra sólo un 29,4% de los niños de tercera. Si se observan las cifras totales de las víctimas, se puede comprobar que perecieron 120 pasajeros de primera clase (el 8%); 162 de segunda (el 11%); 535 de tercera (el 35,5%), y 686 miembros de la tripulación (el 45,5%).

Hasta las 12.45 no fue arriado el primer bote salvavidas de estribor, el número 7, con capacidad para 65 personas, pero que partió sólo con 28. Los siguientes, de características similares, tampoco regresaron para recoger a más náufragos, algunos de los cuales -como apuntábamos- hubieran podido ser salvados. A la 1.10 se arrió el último bote de babor, con sólo 39 ocupantes. Algunos consiguieron asirse a tablas u otros improvisados flotadores, con la esperanza de ser recogidos por los botes o algún barco, pero el frío no tardó en acabar con ellos.

La última visión que tuvieron los supervivientes del Titanic fue la elevación de la popa y el último parpadeo de las luces, antes del hundimiento definitivo… Eran las 2.20 del lunes 15 de abril.

Era la noche del 14 de abril de 1.912. Sobre la cubierta del trasatlántico Titanic, el marinero de guardia Frederick Fleet oteaba en la noche fría y serena. El trasatlántico, el “insumergible”, la más grande y hermosa nave del mundo, avanzaba majestuosa en la quinta noche de su viaje inaugural hacia Nueva York. Se encontraba a 700 km. al sur de Terranova y a 1.900 de Nueva York.

A las 23.40 Fleet vio de pronto frente a sí una enorme masa blanca en medio de la oscuridad. Observó un instante y llamó inmediatamente por teléfono al puente de mando.

-¿Qué sucede? -habló la voz del oficial que atendió el teléfono.
-Un témpano, frente a proa.
-Está bien.

Prontamente se interrumpió el ruido de las maquinarias y el barco se preparó para retroceder. Fleet observaba con espanto acercarse cada vez más la inmensa montaña de hielo, mucho más alta que el castillo de proa. El marino se hallaba espantado, esperando el encontronazo. Pero luego, ya en el último momento, la proa comenzó a doblar a la izquierda, mientras la montaña de hielo se escurría por el flanco derecho de la nave.

El peligro parecía haberse conjurado. Más el témpano, con un espolonazo bajo las aguas, había abierto una enorme hendidura en el casco del buque. En el recinto de la caldera número 6, el fogonero Fred Barret estaba hablando con el segundo oficial de la máquina cuando se encendió la luz roja de alarma. Se sucedió enseguida un estruendo ensordecedor, mientras toda la pared de acero de la embarcación se abrió, dejando pasar un torbellino de espuma blanca…

Así murió el Titanic, el insumergible. A las 2.20 del día 15 de abril, el imponente buque, luego de haberse empinado, comenzó a deslizarse bajo el agua. Hasta que al fin, en una nube de espuma, las aguas cubrieron el asta de la bandera de popa. Con la nave desaparecieron 1.503 personas. (Enciclopedia Estudiantil Códex, núm. 89, pág. 10).

Este próximo fin de semana dedicaré un especial en este mismo medio sobre este apasionante tema.

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